sábado, 22 de febrero de 2014

Noche y ruido

-          “Creo que mañana olvidaré, para empezar me sobran lágrimas. Creo que mañana esconderé todas las penas que ayer alcé.” [1]  -      Hermanos Durán Fernández

El instrumento me llamaba hace rato, pienso que aún pide un poco de distorsión. Sin embargo, es demasiado el ruido que permea la psique en momentos como este; y tales ruidos, rompen códigos e infringen violencia sutil dentro de mi pensamiento, ¿acaso será que necesito quebrantar en vez de reformar?, ¿el cambio debe ser tan drástico?, ¿será que deseo fulminar la monotonía que infringe mi día a día y que, hasta el momento, no me había resultado tan agraviosa?

No me incomoda para nada el hecho de defender lo indefendible: una supuesta libertad de maniobra que me hace autónomo y que aún pienso en no doblegar. Ruido; estruendos sobre disturbios sociales en América Latina; estallidos al leer un micro anuncio desesperado de algún “vagonero” que amenaza con tener “cuidado con las carteras”; explosión al haberte visto renuente a hablar… Mientras, y de vuelta con la psique, me dice Nicanor (Parra) que cante una canción que no termine nunca. [2]

No le hago caso, pues si hoy deseo algo es que culmine la canción, que para mí representa el día de hoy; sea de manera súbita o mediante el fade out que los occidentales me enseñaron. Que finalice todo: responsabilidades, compromisos, labores y acciones. Que quede el ser expuesto y pueda decirte, sin ataduras, lo tanto que tiene que expresarte; ¿contenido de ese mensaje?, que la pena de la existencia mía sea la encargada, porque el pensamiento también quiere emplazarse a huelga[3].

Curioso, mi generación habla y escribe sobre un tal “11:11”; la red social cada día me indica que es tendencia. Eran las 11 con 11 minutos y, curiosamente, lo arriba descrito no se ha cumplido; tardé lo suficiente en reflexionarlo como para que pasará el minutero al número 12. Sigo pensando. El ruido sigue presente: mi hermano escucha una plegaria a una tal Jude desde un sofá anexo al escritorio. [4]  ¿Deseará, de igual manera romper sus códigos? Lo dudo, simplemente pernocta.

Y las guitarras aún claman desde arriba para ser desenfundadas. ¿Las necesitaré tanto como pienso que te necesito a ti? Si subo, las desenfundo y ejecuto, pronostico que representaré alguna canción extranjera o improvisaré hasta cansarme y decirme a mí mismo: ¿Ahora puedes ver que la representación tarde o temprano culminó en repetición? Y he ahí donde la vida vuelve a su forma circular[5]: sería tan desagradable convertirnos en uno de esos tantos casos cíclicos.

Media hora resta para que dé la media noche; tal vez ya ha sido demasiado el tecleo y Jara me recuerda que la vida puede ser eterna en 5 minutos[6]. Por supuesto, también te recordé como hace algún tiempo solía hacerlo. Ahora sí el ruido va a imponerse; y no porque quiera destruirte a base de simples acordes, solamente el ruido va a vaciar mi inconsciente, por el momento, para mañana regresar al camino labrado a base de rutina y disciplina. ¿Acaso con la repetición no se labran las grandes invenciones?[7] Pronto sabremos si en esa dirección habremos de ir juntos, espero que no, por nuestra tranquilidad y por lo mucho que te aprecio y admiro; lo podremos solucionar. [8]






[1] Los Bunkers. Pobre corazón.
[2] Nicanor Parra. Defensa de Violeta Parra.
[3] Violeta Parra. Qué pena siente el alma.
[4] The Beatles. Hey Jude.
[5] Café Tacvba. El ciclón.
[6] Víctor Jara. Te recuerdo, Amanda.
[7] Términos como la representación y la repetición atribuidos a una obra obligada para aquellos que deseen saber la intrínseca relación de la música con la economía política en la actualidad: Attali, Jacques. Ruidos: Ensayo sobre la economía política de la música. Editorial Siglo XXI. Francia, 2011.
[8] The Beatles. We can work it out.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario