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“Creo que mañana olvidaré, para empezar me
sobran lágrimas. Creo que mañana esconderé todas las penas que ayer alcé.” [1] - Hermanos Durán Fernández
El instrumento me llamaba
hace rato, pienso que aún pide un poco de distorsión. Sin embargo, es demasiado
el ruido que permea la psique en momentos como este; y tales ruidos, rompen
códigos e infringen violencia sutil dentro de mi pensamiento, ¿acaso será que
necesito quebrantar en vez de reformar?, ¿el cambio debe ser tan drástico?,
¿será que deseo fulminar la monotonía que infringe mi día a día y que, hasta el
momento, no me había resultado tan agraviosa?
No me incomoda para nada el
hecho de defender lo indefendible: una supuesta libertad de maniobra que me
hace autónomo y que aún pienso en no doblegar. Ruido; estruendos sobre
disturbios sociales en América Latina; estallidos al leer un micro anuncio
desesperado de algún “vagonero” que amenaza con tener “cuidado con las carteras”;
explosión al haberte visto renuente a hablar… Mientras, y de vuelta con la
psique, me dice Nicanor (Parra) que cante una canción que no termine nunca. [2]
No le hago caso, pues si hoy
deseo algo es que culmine la canción, que para mí representa el día de hoy; sea
de manera súbita o mediante el fade out que
los occidentales me enseñaron. Que finalice todo: responsabilidades,
compromisos, labores y acciones. Que quede el ser expuesto y pueda decirte, sin
ataduras, lo tanto que tiene que expresarte; ¿contenido de ese mensaje?, que la
pena de la existencia mía sea la encargada, porque el pensamiento también
quiere emplazarse a huelga[3].
Curioso, mi generación habla
y escribe sobre un tal “11:11”; la red social cada día me indica que es
tendencia. Eran las 11 con 11 minutos y, curiosamente, lo arriba descrito no se
ha cumplido; tardé lo suficiente en reflexionarlo como para que pasará el
minutero al número 12. Sigo pensando. El ruido sigue presente: mi hermano
escucha una plegaria a una tal Jude
desde un sofá anexo al escritorio. [4] ¿Deseará, de igual manera romper sus códigos?
Lo dudo, simplemente pernocta.
Y las guitarras aún claman
desde arriba para ser desenfundadas. ¿Las necesitaré tanto como pienso que te
necesito a ti? Si subo, las desenfundo y ejecuto, pronostico que representaré
alguna canción extranjera o improvisaré hasta cansarme y decirme a mí mismo:
¿Ahora puedes ver que la representación tarde o temprano culminó en repetición?
Y he ahí donde la vida vuelve a su forma circular[5]: sería tan desagradable
convertirnos en uno de esos tantos casos cíclicos.
Media hora resta para que dé
la media noche; tal vez ya ha sido demasiado el tecleo y Jara me recuerda que
la vida puede ser eterna en 5 minutos[6]. Por supuesto, también te
recordé como hace algún tiempo solía hacerlo. Ahora sí el ruido va a imponerse;
y no porque quiera destruirte a base de simples acordes, solamente el ruido va
a vaciar mi inconsciente, por el momento, para mañana regresar al camino
labrado a base de rutina y disciplina. ¿Acaso con la repetición no se labran
las grandes invenciones?[7] Pronto sabremos si en esa
dirección habremos de ir juntos, espero que no, por nuestra tranquilidad y por
lo mucho que te aprecio y admiro; lo podremos solucionar. [8]
[1]
Los Bunkers. Pobre corazón.
[2]
Nicanor Parra. Defensa de Violeta Parra.
[3]
Violeta Parra. Qué pena siente el alma.
[4]
The Beatles. Hey Jude.
[5]
Café Tacvba. El ciclón.
[6]
Víctor Jara. Te recuerdo, Amanda.
[7]
Términos como la representación y la repetición
atribuidos a una obra obligada para aquellos que deseen saber la intrínseca
relación de la música con la economía política en la actualidad: Attali,
Jacques. Ruidos: Ensayo sobre la economía
política de la música. Editorial Siglo XXI. Francia, 2011.
[8] The Beatles. We can work it out.