“Hermanos
se hicieron todos, hermanos en la desgracia; peleando contra los lobos,
peleando por una casa. Herminda de La Victoria nació en el medio del barro,
creció como mariposa en un terreno tomado.”
– Víctor Jara / Herminda de La Victoria
–
Francisco era un joven universitario,
estudioso, atento seguidor de los sucesos políticos que acontecían en el
continente americano, aspiraba algún día ser parte del cuerpo diplomático
mexicano y escogió las Relaciones Internacionales como su campo académico. Corría
la segunda mitad del año 1973 y con conmoción recibía los boletines
informativos del golpe militar en Chile, también sufriría, como buena parte de
los partidarios del gobierno de la Unidad
Popular, la inmolación de Allende; en la mente de nuestro muchacho siempre
quedará aquel discurso del presidente chileno, el cual pudo presenciar, de 1972
en la Universidad de Guadalajara: “Y ser joven y no ser revolucionario en una
contradicción hasta biológica”[1].
Francisco
no carecía del sustento básico, su familia era fiel reflejo del ícono del
milagro mexicano. Hijo único, padres profesionistas, departamento en la otrora
Villa Olímpica, conducía el Dodge Dart
de su padre para ocasiones especiales, para acudir a la Universidad utilizaba
un modesto Volkswagen Beetle que su
madre rara vez utilizaba, ya había hecho algunos viajes al extranjero; entre
ellos, uno al país sudamericano en mención, donde realizó una de sus más
valiosas adquisiciones: Un vinilo del grupo folclórico Inti Illimani llamado “Canto
al programa”, de él su fascinación e inclinación, inducida a ritmo de
charangos y quenas, al gobierno de izquierda en Chile. Los meses transcurrirían
y su atención seguiría puesta a las labores de la junta militar del General
Pinochet Ugarte; por otra parte, aplaudiría la postura del presidente mexicano,
Luis Echeverría Álvarez, en cuanto a la apertura de la embajada en Santiago
para personajes afines al gobierno depuesto.
La
recepción de noticias continuaba, dentro de sus aulas y los círculos que
frecuentaba; violencia y constantes violaciones a las garantías de la población
civil eran tópicos infaltables, pero entre ellos destacaban también la lucha,
pacífica y en otras ocasiones violenta, de los sectores populares por su
autonomía y respeto a la autogestión…, entre estos, los encabezados por la
comuna llamada La Victoria, dentro de
la capital santiaguina. La Victoria
era un predio inhabitado hasta 1957, año en que más de un millar de familias
provenientes de la periferia de la ciudad se instalaron en el terreno e
iniciaron su distribución equitativa para construir viviendas, en detrimento de
los dueños latifundistas. Considerada la primera ocupación organizada de
tierras en América Latina, la comuna de La
Victoria y toda su historia de rebeldía no serían ignoradas por el gobierno
militar de Chile, debido a ello se producirían constantes altercados entre los
pobladores y los Carabineros; muertes y desapariciones asolarían a la colonia
popular.
Dentro
del imaginario de nuestro personaje no desaparecería la figura de La Victoria. Posteriormente, descubriría
un tema musical de Víctor Jara dedicado a la comuna, llamado “Herminda de La Victoria”, de 1972[2]; así era
nuestro noble muchacho, un dedicado seguidor del folclor latinoamericano. Transcurridos
ya algunos meses de aquel fatídico 11 de septiembre chileno, la atención en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad ahora se centraba
en lo que algunos llamaban “la comuna de París a la mexicana”; rumores tras
rumores incentivaron la curiosidad de muchos estudiantes, Francisco no estaría
exento del afán por saber a ciencia cierta la historia de ese experimento
social gestado en el estado de Morelos: La Colonia Rubén Jaramillo, nombrada
así en honor al líder campesino del Ingenio azucarero de Zacatepec asesinado
por paramilitares una década atrás.
Charlas,
investigaciones por doquier, reuniones clandestinas y demás acciones lo
llevaron a formar parte de un pequeño grupo de personas que viajaría un fin de
semana hacia la Jaramillo; se sabía
que la colonia requería de mano de obra externa para lograr terminar las obras
públicas que los habitantes requerían, entonces los estudiantes acudirían
gustosos a colaborar en dichas brigadas con el afán de empaparse de nuevas
vivencias y obtener más datos sobre la organización social de la comuna.
Francisco acudió frecuentemente a los también llamados “Domingos rojos” para colaborar en la fajina; encontró múltiples
similitudes entre La Victoria y La Jaramillo, desde las prácticas equitativas a
la hora de delimitar los lotes hasta la dinámica autogestión que se realizó a
cargo de sus poblaciones, incluyendo aspectos como los cuerpos de seguridad
interna, las juntas populares como mecanismo máximo para la toma de decisiones
y el trabajo con prioridades colectivas.
No
obstante a este importante acercamiento con la población, a nuestro
protagonista le era sumamente difícil conseguir proximidad con la élite
política de la Jaramillo, entre ellos el máximo líder e impulsor de la colonia:
Florencio Medrano, alias “el Güero”. Sabía
de su pensamiento maoísta y de sus orígenes en el estado de Guerrero, también
de sus nexos con el Partido de los Pobres
de Lucio Cabañas; al final del día, de las semanas en las que permanecía en la
Jaramillo, Francisco pensaba que tal vez era lo mejor mantener esa debida
distancia, pues el presidente Echeverría utilizaba la retórica revolucionaria
hacia el exterior y no era condescendiente con cualquier destello
independentista que se presentara al interior. El destino que tendría el mismo Güero Medrano, asesinado en la sierra
oaxaqueña por el Ejército Mexicano tras su abandono de la Jaramillo,
refrendaría los pensamientos del joven estudiante.
Presiones
del gobernador Felipe Rivera Crespo, de comisiones “negociadoras” de la
Secretaría de Gobernación y la paranoia del Güero
ante la eventual toma de la colonia por militares mexicanos, hicieron que, por
un momento, se vislumbrara el final de la aventura popular de toda una
población afligida por la pobreza y la falta de un patrimonio digno. Durante
este periodo decadente, Francisco se vio obligado a mantener una prudente
lejanía a ese escenario sombrío; no obstante, siguió con detalle cada acción
llevada a cabo dentro de la Jaramillo,
tanto de sus habitantes como del gobierno estatal y federal.
(…)
Se terminaba el sexenio de Luis Echeverría y
con él su credibilidad ante la sociedad civil capitalina y del resto de la
República; Francisco lo pudo constatar en 1975, presente en un auditorio de la
Facultad de Medicina donde el presidente, con la intención de inaugurar los
cursos universitarios, fue ahuyentado por el estudiantado bajo rechiflas y empujones.
Los saldos de un gasto gubernamental excesivo, en tiempos de crisis económica
interna e internacional, la endeble “apertura
democrática” del régimen y la Guerra
Sucia mexicana hacia guerrillas urbanas como la Liga Comunista 23 de septiembre y organizaciones con tendencias de
izquierda influían determinantemente en el ánimo nacional.
Un
joven prospecto como el muchacho que representa esta remembranza no podía
quedarse atrás en el recuento de aciertos y fallos de la administración de
Echeverría, esto escribía de manera informal en aquellos años:
“Pluralismo
ideológico en las relaciones exteriores de México y la apertura democrática
para la reconciliación entre la sociedad y el gobierno federal, son las dos
promesas que la administración saliente pregonó y cumplió de manera incompleta.
El actual presidenciable del
PRI, José López Portillo, será el único candidato con registro válido para la
presente contienda de 1976; no son pocos los partidos políticos que ya se
rehúsan a postular candidatos para evidenciar la práctica mexicana del
“dedazo”. No cabe duda que se deberán realizar cambios estrictos en materia electoral,
al menos que el régimen quiera seguir invirtiendo en Brigadas Blancas que aten
los cabos sueltos de este ya cansado sistema político mexicano.
Se ha escrito en la prensa
(aunque ya no de manera recurrente por la salida estrepitosa de Julio Scherer del
diario Excélsior) sobre los saldos del populismo: Inflación, devaluación del
peso mexicano ante el dólar estadunidense, menor calidad de vida en las urbes –
no se diga el campo –, violencia y secuestros de cuerpos sediciosos a las
élites empresariales y políticas del país, entre otros aspectos más.
Pero, si hay algo que agradecer
de dicha política populista, es el hecho irrefutable de inversiones a la
educación, de la cual mi UNAM ha sido beneficiada con amplios presupuestos y
con la reciente creación de los Colegios de Ciencias y Humanidades y Escuelas
Nacionales de Estudios Profesionales; aunque no esperaba menos por la sangre
estudiantil derramada en 1971 y 1968… Notable también resultó para los
investigadores de México la fundación del CONACyT, y para aquellos cuya
situación económica fuese delicada la apertura de los Conalep; de los cuales
cabe agregar, tienen símiles con la Universidad Tecnológica de Chile y sus
planes de estudio cortos para la inserción de mandos técnicos medios en las
industrias. Solo el tiempo nos enseñará los progresos de cada uno de estos
espacios educativos.
Dado que ya toqué la cuestión de
la relación México – Chile, establezco que la política exterior implementada
por el presidente ha sido sin duda importante para el prestigio de la
diplomacia nacional. Encomiable resultó la aplicación de la Doctrina Estada en
Sudamérica ante el estallido de golpes militares en Argentina, Chile y Uruguay,
sin menoscabo de una apertura humanitaria de las embajadas y consulados para
perseguidos políticos de aquellos países. Por otra parte, la pluralidad
mexicana de este sexenio para establecer nexos diplomáticos con países
considerados como del Tercer Mundo a la larga nos favorecerán en el ámbito
multilateral pues, aunque suene feo, cada uno de esos países son votos en las
Naciones Unidas; de esa manera, nos aseguramos cierta independencia política…,
aunque sigamos privilegiando la dependencia económica con los EE.UU.
Es menester dar un balance de
todo lo escrito, y lo haré con un dicho muy nuestro: Candil de la calle,
oscuridad de la casa. La realidad rampante de la vida diaria de este país,
tarde o temprano, trastocará y rebasará toda proyección en el exterior que se
intente lograr. Porque mientras en Naciones Unidas reprobábamos al régimen
franquista español por represor y violento, ellos nos recordaban el penoso
incidente de la Plaza de las Tres Culturas de 1968, donde el señor Echeverría
se vio involucrado desde su despacho en Bucareli. Porque cuando las misiones
culturales en el extranjero vanagloriaban lo hecho en México, el gobierno
mexicano terminaba abruptamente con el Festival de Avándaro y todo aquello que
se relacionara al rock & roll nacional; que dicho sea de paso, es una
expresión musical con un potencial artístico y económico tremendo que, bajo
moralismos y prejuicios, en un futuro, muchos se arrepentirán de no aprovechar
hoy.
Porque
mientras, en el discurso, el apoyo total a los allendistas chilenos estaba
presente, en la ejecución de política interna se actuaba igual o peor que la
Junta Militar Pinochetista: El caso de la represión simultánea a La Victoria,
en Santiago de Chile, y a La Jaramillo, en el estado de Morelos, es ilustrativo
del uso excesivo de la fuerza pública en contra de la sociedad civil por ambos
gobiernos. Hasta el momento en que escribo estas líneas, la colonia Rubén
Jaramillo sigue ocupada por las Fuerzas Armadas nacionales…”
[1]
Discurso en la Universidad de Guadalajara, 2 de diciembre de 1972, disponible
en: Roitman Rosenmann, Marcos. “Allende,
presente”. Ed. Diario Público, 2010, p. 123.
[2]
Herminda de La Victoria de Víctor Jara, audio y material audiovisual de la
comuna La Victoria disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=yVbpowFwIIM
[3] El
eje central de la historia de la Colonia Rubén Jaramillo y el título del
escrito son relativos al siguiente trabajo: Poniatowska, Elena. “No den las gracias. La Colonia Rubén
Jaramillo y el Güero Medrano.” Ediciones Era, 2009, México D.F.